Fue tan solo hace un poco más de una década que era una pequeña niña que sostenía la mano de su mamá mientras caminaban juntas hacía la entrada de un colegio. Realmente no recuerdo muy bien el primer día que fui a la escuela, pero sé que ese no es el comienzo de mi historia como estudiante.
Mis primeros mentores fueron mis padres, de ellos aprendí mis primeras palabras, me corrigieron la primera vez que me equivoqué y siempre han estado ahí para hacerme mejor persona. Las veces que he indagado acerca de qué tan curiosa y consciente era cuando niña, he obtenido siempre respuestas que resaltan lo talentosa e inteligente que he sido y lo avanzados que eran mis conocimientos y mi capacidad de aprendizaje para mi corta edad.
Desde que tengo uso de razón, siempre he estado interesada en ir más allá de lo que se me pueda brindar; según mis padres, siempre he sido muy independiente y autónoma para hacer mis cosas. Existen miles de anécdotas y siempre viene a mi mente una sola: una niña de aproximadamente 5 años a la que le encanta jugar en el computador, no sabe leer ni escribir, pero sabe que su juego se llama como su muñeca preferida. Busca entre las carátulas de las películas que sus padres le han comprado y asocia el nombre en la portada con las letras del teclado, hasta que sin ayuda de nadie consigue googlear <<Barbie>> y entrar a su juego por si sola. En estos pequeños momentos de mi existencia, considero que ya había comenzado mi vida como alumna.
Desde mi experiencia personal, el colegio, más que prepararnos pedagógicamente, ha sido un entrenador de responsabilidad, compromiso, disciplina y constancia; también se ha encargado de fortalecer y desenvolver nuestras habilidades sociales, de tal manera que cada uno de nosotros ha podido encontrar y darse cuenta de qué le gusta y cuáles son sus talentos y su vocación en torno a su proyecto de vida.
Pero alguna que otra vez, me he puesto a analizar desde una perspectiva neutra, y concluí que estudiar en la mejor institución o tener una buena educación de tus padres, no siempre hace que seas un excelente estudiante. En realidad, más allá de talento e inteligencia, todo va en uno mismo; es cuestión de motivaciones y aspiraciones.
En mi opinión existen dos tipos de estudiantes-personas: los que se mueven por motivaciones externas o recompensas y los que se mueven por motivaciones internas o aspiraciones, siendo este último la forma de ser exitoso y el mejor en todo. Estos conceptos no son muy lejanos a los de la moral preconvencional y convencional, respectivamente.
Todos sabemos que, a la edad de 6 a 9 años, tenemos una concepción muy infantil, nos gusta el colegio mayormente porque disfrutamos de compartir y divertirnos con nuestros amigos, pero por otro lado, también tenemos una gran capacidad de memoria y retención de información y formamos las bases elementales de nuestra academia.
Luego, entre los 10 y 13 años, existe una etapa en la que muchos de nosotros pensamos que el colegio es una obligación más; considero que esta es la primera etapa más importante de todas, ya que empezamos a experimentar cambios y somos mas conscientes de nuestra realidad. Por ende, comenzamos a elegir nuestras amistades y a buscar eso que queremos ser, pero en su mayoría, preocupaciones momentáneas y/o gustos pasajeros, hacen que muchos de nosotros nos desviemos de ese compromiso con nuestros conocimientos.
Pasada la anterior fase, llega una nueva, y debido a la cantidad y el grado de responsabilidades que llegan a nuestras vidas, debemos escoger definitiva y permanentemente en qué tipo de estudiante-persona queremos convertirnos, porque eso será crucial para nuestro futuro como universitarios y, posteriormente, profesionales. Ser un estudiante que se mueva por aspiraciones implica que establezcamos prioridades y metas, enfrentemos retos y nos esforcemos por nosotros mismos y lo que queremos lograr; por eso no podemos quedarnos sentados esperando a que las cosas lleguen por si solas, porque cuando llegan después de todo el proceso bien hecho, la recompensa y satisfacción es mejor de lo que imaginábamos.
No podemos seguir moviéndonos en función de premios externos y diferentes a la satisfacción personal. En nuestras manos está, todo el tiempo, hasta dónde queremos llegar y qué queremos lograr; por eso es importante pensar a largo plazo, en qué estamos haciendo por nosotros mismos y cómo es que eso contribuye en el camino para alcanzar nuestras metas.
¿Qué tipo de estudiante decides ser?
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