Todos en algún momento de nuestras vidas hemos escuchado sobre la mediocridad, juzgando y opinando sobre la sociedad mediocre en la que vivimos, que muchas veces es incapaz de salir del conformismo en el que nosotros mismos nos hemos atrapado y aportar más de lo que es requerido para lograr un cambio. Sin embargo, muchos no nos hemos puesto en la tarea de indagar y analizar lo que esto verdaderamente es y cómo ha afectado nuestro estilo de vida, tanto individualmente como socialmente y, en consecuencia, nos convertimos en las personas mediocres y acomodadas que tanto criticamos.
La mediocridad es definida como la falta de eficacia en la mayor parte de cosas que hacemos individual y colectivamente, en otros términos, la baja calidad de nuestros aportes sociales y materiales y la falta de valores, compromiso, hasta incluso, de interés. Me atrevo a afirmar que es todo lo contrario a la prudencia, sabiduría, autonomía, responsabilidad, honestidad, solidaridad, conciencia e identidad asumida.
Para iniciar este análisis me gustaría invitarlos a cuestionarse sobre lo siguiente ¿en qué momento se volvió parte de nuestra cotidianidad usar la palabra mediocridad? Y ¿Por qué nadie se ha percatado de la inmensidad de esta palabra? Porque para nadie es un secreto que hoy en día la usamos en un sinfín de contextos sin saber lo que realmente abarca, simplemente con la intención de juzgar o criticar. En mi opinión esto más que ser una simple palabra es el reflejo de muchos años de “avance” en la historia de la humanidad, pues si bien es cierto, el hombre ha estado en un constante avance tanto en el ámbito tecnológico como en el social, pero junto a este avance también se han deteriorado cada vez más los valores y virtudes de nuestra sociedad.
Entonces, ¿es acaso la mediocridad el veneno de nuestra sociedad? Si me preguntan a mí, diría que esta es una de las cosas que más nos ha dañado como sociedad, obligándonos muchas veces a retroceder o estancarnos. Pero de la misma manera, también la considero como una de las características más importantes de las personas en las sociedades prósperas. Para explicarme mejor, les propongo imaginarse una utopía, en la que las personas que conforman la sociedad son seres totalmente sociales, llenos de solidaridad, amor, empatía, honestidad, justicia, perseverancia y todas aquellas virtudes que son la base de una buena sociedad. En esta sociedad no habría ningún tipo de incentivo, ni nada que motivara a las personas a ser cada día mejores, a querer superarse o simplemente el hecho de querer trabajar aún más duro por una sociedad que lo necesita. En cambio, en una sociedad llena de envidia, egoísmo, soberbia, ignorancia, intolerancia, etc… debe existir alguien que entiende el tipo de sociedad en la que vive (al ser esto una característica natural del hombre), que quiera superar al montón y a sí mismo, y por supuesto que seguramente tendrá ambiciones y metas mucho más grandes que las de alguien que vive en una utopía.
Con lo anterior no me refiero a que toda sociedad deba ser como una distopía; simplemente busco enfatizar en el hecho de que ninguna sociedad hubiera sido construida sin algunos antivalores, que al fin y al cabo son parte de la naturaleza del hombre.
El autor José Ingenieros afirma que el hombre mediocre implica un apagamiento de los componentes críticos y a priori democratizadores; seguido a esto explica que existen tres tipos de hombre, el primero es el hombre mediocre (nuestro foco de atención), que es incapaz de usar su imaginación para pensar en ideales que le propongan un futuro por el cual luchar. De ahí que se vuelve sumiso a toda rutina, a los prejuicios, a las domesticidades y así se vuelve parte de la colectividad, cuyas acciones o motivos no cuestiona, sino que sigue ciegamente. En resumen, un hombre totalmente dependiente e ignorante que no acepta ni cuestiona ideas que no sean las propias.
El segundo hombre del que nos habla José ingenieros es el hombre inferior, el hombre al cual su ineptitud para la imitación le impide adaptarse al medio social en que vive; su personalidad no se desarrolla hasta el nivel corriente, viviendo por debajo de la moral. Esa insuficiente adaptación determina su incapacidad para pensar como los demás y compartir las rutinas tan comunes que los demás; mediante la educación imitativa, copian de las personas que los rodean para formarse una personalidad social adaptada.
Y finalmente el hombre idealista. El idealista es un hombre capaz de usar su imaginación para concebir ideales legitimados sólo por la experiencia y se propone seguir ideales de perfección muy altos, en los cuales pone su fe, para cambiar el pasado en favor del futuro; por eso está en continuo proceso de transformación y evolución, que se ajusta a las variaciones de la realidad. Él contribuye con sus ideas para buscar la evolución social, volviéndolo un ser original y único. Como característica más importante, es un ser individualista que no se somete a dogmas morales ni sociales, siendo totalmente lo opuesto a los hombres mediocres.
Luego de analizar y revisar los argumentos expuestos por el autor, sin duda alguna nos podemos percatar del tipo de sociedad en la que vivimos, que nos venden como una ideal y perfecta, cuando está repleta de ignorancia, mediocridad, conformismo y corrupción, causada por los mismos “líderes” de esta.
Finalmente, me gustaría invitar a los lectores a autoanalizarse y reflexionar sobre lo antes expuesto. No podemos ser una sociedad que vive esclavizada por los lujos y mentiras de quienes son “superiores” a nosotros, ni mucho menos resignarnos y decidir quedarnos en este estado.
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