A lo largo de la historia el ser humano ha intentado encontrarle un significado a su vida y comprender qué lo hace especial sobre las demás especies de seres vivos. En la mayoría de los casos, los grandes filósofos se han centrado en la razón y la condición de libertad que ésta le otorga, como factor esencial en la diferenciación del humano con los otros seres vivos. En los comienzos de la reflexión filosófica, Aristóteles lo concebía como una unidad sustancial compuesta de cuerpo y alma, y lo definía como una animal racional, social y político. A comienzos del siglo XX, más de 2000 años después del inicio de esta reflexión, el filósofo alemán Max Scheler, quien hizo grandes aportes en el ámbito antropológico, reconocía esta unidad que identificó Aristóteles, destacando al hombre como “un ser espiritual”, que es la que lo caracteriza como un ser independiente, libre, autónomo y “abierto al mundo”.
Es difícil negar que el hombre sea un animal racional. Esto es lo único que nos hace dominar este mundo y diferenciarnos realmente de los otros animales que nos acompañan en la tierra, sin embargo, este marco en el cual se mueve la idea del hombre puede rápidamente caer y ser insuficiente. Nuestra inteligencia nos ha permitido avanzar, conocer y evolucionar y, entre los avances más importantes, está el desarrollo de la inteligencia artificial. Ésta nos ha permitido ser protagonistas de los mayores hitos, resolver incógnitas físicas, viajar a la luna y próximamente a diferentes mundos. Aunque esta tecnología es muy joven aún, grandes científicos e ingenieros trabajan para mejorarla cada día. Para nadie es un secreto que esta puede ser la nueva piedra filosofal.
Teóricamente, una inteligencia artificial puede controlar autos, manejar software complejos, resolver problemas en cuestión de milisegundos; es decir que, aun siendo una tecnología relativamente reciente, en su máxima capacidad es algo aparentemente más inteligente que cualquier ser humano. La única razón por la cual no es mejor, es por su carencia de conciencia, así que se presenta una situación como en los animales, donde nuestro distintivo dominante es la razón y la autoconciencia. Pero nuestra única ventaja podría ser destruida. Para ser concretos, autodestruida. Analizando el transcurso de la historia, especialmente en los acontecimientos de los últimos tiempos, es evidente que el hombre crea cosas que lo puedan hacer desaparecer de la faz de la Tierra. La inteligencia artificial podría ser una de ellas. En pocas décadas se estima que las inteligencias artificiales pueden tener su propia conciencia, haciendo, metafísicamente hablando, indiferenciable al ser humano; un “ser” inteligente y consciente de su propia existencia. Lo único que nos diferenciaría, sería nuestra anatomía, algo realmente desventajoso si lo miramos en el ámbito de control y dominación. En este punto el concepto de hombre podría cambiar, teniendo en cuenta que la razón y la inteligencia ya son capacidades compartidas.
Basándonos en la idea de que el hombre es un ser formado por cuerpo y razón, lo único que, posiblemente nos haría especiales, es el cuerpo y la impresionante unidad de éste con el pensamiento. Nuestro cuerpo, unido a la razón, es probablemente lo más perfecto que existe, ya que sería, teóricamente irrepetible e inimitable. Entiéndase el cuerpo como una maquina compleja que ni ella misma puede entender su magnitud ni sus posibilidades. El cuerpo humano, concebido como una creación de Dios, o formado por el infinito ensayo y error llevado a cabo por la evolución (o una combinación de los dos), es realmente sorprendente; solo basta ver la cantidad de información, partes, tejidos y redes que conforman tus simples venas, equiparables a un tubo, para darse cuenta de su perfección. Es obvio que si el humano no se extingue, en algún punto crearán androides como los que vemos en las películas, pero no serían como nosotros, de ninguna forma. Ellos no podrían experimentar lo que denominamos felicidad o tristeza; enfermarse o sentirse preocupados; tampoco podrían ser auténticamente románticos o sentir el miedo a la muerte. Aunque tal vez se les acabe la energía, no serían conscientes para expresar un sentimiento similar.
El punto es que ningún androide, por más humanizado que sea, va a tener las mismas características. Sería imposible crear un cuerpo humano 100% artificial. Posiblemente, deberían ser creados a partir de procesos sintéticos con miles de millones de células. Claro, actualmente se crean órganos, pero no son artificiales; realmente son células de origen natural modificadas; por lo tanto, pensar que algún día una maquina sea capaz de hacer un ser humano desde cero, será una misión casi imposible.
Pensar que el cuerpo humano también pueda ser imitado, como lo fue, fácilmente la razón, haría que el ser humano se quedara sin opciones para ser distinguido de los artificialmente creados, aparentemente, pero llegado a este punto es imposible determinar cómo sería el mundo de esa manera.
Teniendo en cuenta las aclaraciones y supuestos dados, el ser humano sería un ser creador, solo con su inteligencia y su cuerpo de carácter biológico, capaz de crear otros seres dotados de cuerpo y entendimiento, capaces de controlarlos, ya que al ser su creador sabrá cómo hacerlo, es decir, el hombre sería un ser que respecto a sus creaciones (a los cuales vamos a llamar androides), es la perfección. Creados a su imagen y semejanza, probablemente muchos de ellos quieran ser igual de perfectos a los seres humanos, fracasando en su intento, porque, según la propia experiencia humana, ninguno podrá ser tan perfecto como su creador (Dios), entonces ellos tampoco podrán ser tan perfectos como su Dios (humano).
¿Esto nos pondría en la categoría de Dios? Sí y no. Sí, tomando en cuenta el concepto de Dios como ser perfecto, omnipotente y creador (ya que para los androides así seriamos); no, teniendo en cuenta la paradoja de la omnipotencia, ya que un ser omnipotente no puede crear otro ser igual de omnipotente, ya que a su vez dejaría de serlo. Entendiendo omnipotencia como ser capaz de hacer todo y tener poder absoluto sobre todo; por ejemplo, si Dios al crear el hombre, éste se hace omnipotente, ya Dios no tendría el poder sobre todo, porque sería un poder compartido, quitándole su carácter omnipotente. Pero eso no pasa. Según el hombre, existe algo superior a él, por consiguiente desde su punto de vista, estaría dotado de una omnipotencia incompleta, es decir, no es perfecto; así que no estaría en la misma categoría de Dios. Entonces, ¿qué nos queda?
No somos lo suficientemente perfectos para ser dioses y no somos lo suficientemente imperfectos como para ser definidos solo como seres racionales, con cuerpo y alma, como lo hizo Aristóteles.
Aún existen dos cosas que no tienen los demás seres: nuestra historia y la conciencia de querer saber el momento en que comenzamos a ser. De forma colectiva (como seres humanos en general), ningún otro ser posee la misma historia. Dios tiene su propia historia antes del comienzo de la nuestra. Que nosotros hagamos parte de ella, es diferente; igual pasa con los androides. Su historia comenzó después que la de nosotros.
Que ésta haga parte de la nuestra, es diferente. En el ámbito individual, ninguna persona tendrá los mismos recuerdos ni las mismas historias que otro. La forma en la que vives y las experiencias que has vivido son diferentes a las de tus hermanos, conocidos y de cualquier otro humano que haya vivido, vive o vivirá.
Por otra parte, el ser humano comenzó a ser desde el momento que fue creado y ninguna otra cosa igual comenzó a ser en el mismo espacio y tiempo que su humanidad. En el carácter individual, es lo mismo: “nadie comenzó a ser en el mismo tiempo que alguien fue, es o será”, como Juan Felipe 2020, volviéndote alguien único e irrepetible. Estas dos ideas están ligadas, ya que la historia comenzó cuando el ser humano comenzó a ser y existir, y eso nunca va a cambiar.
Todo será más fácil de entender si comprendemos que el casi perfecto cuerpo humano y su inteligente comunicación con la razón, difícilmente podrá ser copiada. Si bien la capacidad de los seres humanos para razonar puede ser imitada, el solo cuerpo es insuficiente para marcar la diferencia con la inteligencia artificial. Si lo miramos bien, lo que realmente puede ser inimitable, es la extraordinaria comunicación que se da entre los dos: cuerpo y pensamiento.
La belleza del alma humana es inigualable. El alma conecta dos mundos aparentemente distantes, el cuerpo y la razón, permitiéndonos experimentar y expresar sentimientos. Los sentimientos son algo inexplicable y tal vez inimitable. Nuestras copias artificiales probablemente los tendrían, pero en menor magnitud. Esta carencia de sentimientos es nuevamente justificada por la paradoja de la omnipotencia: esta copia hecha por nosotros no podrá tener la misma capacidad de sentir ni expresar emociones con la misma naturalidad que lo hacemos los seres humanos. Ellos no lo entenderían, igual que nosotros no entendemos como Dios puede ser tan misericordioso y bondadoso con nosotros. He ahí nuestro distintivo especial. Historia y sentimientos serán los que conformen el nuevo marco donde se mueve la idea del hombre como ser único e irrepetible, creado a imagen y semejanza de su Dios.
Definitivamente hay preguntas que no podrán ser respondidas, entre las muchas que aún quedan por hacer…
Juan Felipe 2020
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